lunes, 22 de junio de 2009

Historias mínimas. Carlos Sorín.

Director: Carlos Sorín.
Productora: Wanda vision
Reparto: Javier Lombardo, Antonio Benedictis, Javiera Bravo, Laura Vagnoni, Mariela Díaz, Julia Solomonoff.
Fotografía: Hugo Colace
Año: 2002

“Te llaman porvenir
porque no vienes nunca.
(...) Y mañana será otro día tranquilo
un día como hoy, jueves o martes,
cualquier cosa y no eso
que esperamos aún, todavía, siempre.”
Ángel González.

Carlos Sorín es un director argentino que ha contribuido a la gran explosión del cine argentino en el mundo. Su filmografía empieza a existir a partir de la década de los 80 y con ella ha dejado para los anales cinematográficos obras excelentes como es el caso de ésta de sus Historias mínimas.

Un paisaje, una historia.

Sorín sitúa su historia en un lugar básico para entender la película: la Patagonia. Ese paisaje desértico y sobrecogedor al sur de Argentina (al sur de todo) acoge la vida de unos personajes que se desenvolverán por la vida real y por sus escenarios. Carlos Sorín extrae un fragmento de la vida de tres personas que habitan en aquellos lugares olvidados e inexistente para el resto del mundo y, como fantasmas, se mueven propulsando sus vidas poco a poco.
Don Justo es un hombre ya mayor que vive con su hijo y su mujer en un recóndito pueblecito. Su hijo regenta un tienda al pie de la carretera y don Justo se pasa el día viendo a los camiones pasar.
Roberto un vendedor viajante lleva consigo una misteriosa tarta destinada a René, el hijo de una de sus clientas de la que está secretamente enamorado.
María Flores tiene un bebé y vive en condiciones de pobreza en una casa aislada cerca del pequeño pueblecito. Ha sido seleccionada para participar en un programa de televisión de la ciudad y hasta allí se dirige para descubrir el mundo televisivo.
El personaje de don Justo es el eje fundamental en el que gira el largometraje, la vejez no tiene excusas y ante la perspectiva de una muerte no muy lejana, don Justo debe redimirse con su pasado. Para ello, se embarca en la búsqueda de su perro, que años antes se le había escapado. Corre el rumor de que lo han visto en la ciudad y, así, don Justo se dispone a emprender un viaje en el que conocerá a una curiosa bióloga y en el que se cruzará en la vida de Roberto.
Ya en la ciudad, María Flores participará en el concurso y se llevará un premio que ni siquiera puede usar.
Roberto no se atreverá a declarar su amor a su clienta y continuará sus idas y venidas por la región.
Don Justo encuentra o intenta creer que encuentra al que fue su perro, el animal lo ha perdonado, años antes, había atropellado a una persona mientras conducía y el perro pareciendo comprender lo que había sucedido, abandona a su amo.

Carlos Sorín dibuja un pequeño boceto de la vida de estos tres personajes que va encajando con sutileza. El director plantea la vida sencilla de los habitantes de la Patagonia. El personaje de don Justo necesita del perdón de su perro para poder, así, redimir su culpa ante el pasado. María Flores encarna la inocencia, prácticamente es engañada por otra concursante que la trata como analfabeta por venir del campo; de la misma forma, la tratan los medios, actuando de forma paternalista hacia sus concursantes. Roberto, interpretado por Javier Lombardo, representa el lado más cómico del film, la historia de la tarta compagina los momentos dramáticos por los que pasan sus personajes. Pero en el fondo, Roberto también simboliza un sentimiento universal: la soledad.
Sorín eligió a la perfección a sus actores, Antonio Benedictis se mete en la piel de un don Justo mucho más que humano, un hombre que lleva a sus espaldas una carga superior a él y que, efectivamente, es imposible que deje frío al espectador.


La Patagonia.


El paisaje juega un papel fundamental en la obra, Sorín estructura un relato en el que la carretera sin horizonte es su principal protagonista. La carretera será el camino, el inicio y el final de la historia de todos los personajes.

Para ello, Carlos Sorín cuida cada detalle, portando cada plano de una gran belleza visual. Todos los encuadres están perfectamente estudiados, alejándose, a veces, de lo típicamente correcto en la composición y jugando con algunos planos muy basculados.
La fotografía del paisaje y de las carreteras de la Patagonia le concede la majestuosidad que les corresponde a estos territorios.

Las historias cruzadas pueden llegar a parecer forzadas, pero los fragmentos de vida de cada uno de los personajes están cuidadosamente narrados y superpuestos. Hay momentos en los que Sorín se ve envuelto de toda la gran tradición literaria sudamericana, el realismo mágico de Juan Rulfo impregna, aunque sea en pequeños latidos, la esencia de estas historias mínimas.

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